aco sería el General, David el Subcomandante y yo el soldado. Del otro lado del río nos esperaba el enemigo y había que cruzar antes del atardecer, es decir, antes de que fuera demasiado tarde.
Al Subcomandante David se le ocurrió que lo mejor sería cruzar por las piedras que estaban a la altura de la casa Gomhorn. El General estuvo de acuerdo y yo simplemente asentí con un un “Si, mi General” bien actuado, cuando me fue comunicada la decisión del cruce.
Aunque solo ellos habían participado en la formulación del plan, yo estaba al tanto de la importancia de la operación, y como ya otras veces yo había sido General o Subcomandante, sabía que se habla todo en voz alta para que el soldado se entere y de esta forma participe, aunque sea de una manera pasiva, en el planeamiento de la misión en curso.
Caminamos por el sendero que acompañaba al curso del río hasta llegar a las piedras que están antes de la curva, justo frente a la casa Gomhorn. Allí me ordenaron trepar hasta la roca mas alta para evaluar el terreno y distinguir posibles riesgos de ataque del enemigo. Tras una dificultosa escalada me parapeté en la roca mas alta, y desde allí, hice una minuciosa observación del terreno. El río se veía lindo desde lo alto, con esos brillos de las seis de la tarde, que le dan a uno ganas de quedarse allí eternamente, o al menos hasta que el sol caiga. Pero las directivas habían sido claras: observar y reportar a los superiores las condiciones para el cruce. Luego de un prudente minuto de observación, hice el chiflido del pato con el que precedíamos todas nuestras locuciones a la distancia.
No había nada, se podía avanzar. El enemigo no estaba a la vista y la costa de enfrente parecía tranquila. Enseguida el General me ordenó bajar para comenzar a preparar el arriesgado cruce. Al río lo conocíamos de memoria, pero se simulaba un desconocimiento que le agregaba emoción e incertidumbre a la misión elegida por el alto mando.
Una vez más se vociferaba como repaso el plan de cruce. Yo iría tanteando las rocas con el fusil al hombro y los superiores cruzarían detrás mío, primero el General y luego el Subcomandante, que de paso cuidaría la retaguardia, porque esta vez había fallado el gordo al que casi siempre le tocaba ser soldado.
Cuando pisé la última piedra seca supe que algo andaría mal. La corriente se percibía demasiado fuerte y miré para atrás para ver si veía en el General alguna mueca que indicara que el plan podría abortarse a falta de condiciones favorables. Paco se mostró inflexible, como de costumbre y dio la orden de avanzar. Como buen soldado avancé. Metí la pierna izquierda en el agua hasta la rodilla, cargando al hombro mi fusil de madera y la mochila ya gastada de tantas guerras.
Paco y David siguieron mis pasos lo mas cerca que podían. Íbamos avanzando en forma cautelosa ya que las piedras del fondo se sentían bien resbaladizas y el río parecía estar mas crecido que lo normal. No hicimos comentarios, ya que se suponía que nunca habíamos cruzado por allí. Por eso la observación. Por eso la incertidumbre simulada y el temor real de este cruce.
Al llegar a la mitad del río, el agua me llegaba casi al pecho, y a Paco a los hombros. El era el mas bajo de los tres. Pienso ahora que entonces, ya sin muchas opciones, se habrá arrepentido de haber dado la orden del cruce. Sin duda yo hubiera cancelado la misión si hubiera estado al mando, pero ese día le había tocado a Paco ser General.
Fue cuestión de instantes. Resbaló con alguna piedra floja o con el verdín de las piedras grandes, que los tres ya conocíamos. El agua lo revolcó entre las piedras y lo vimos irse sin saber que hacer. David me observaba con su mirada de siempre, dejando la mascara de Subcomandante a un lado. Yo seguía siendo el soldado, así que le tire mi mochila y el fusil, y me lancé a nadar río abajo.
Nadé lo mas rápido que pude, esquivando las rocas grandes. Mientras hundía la cabeza, abría bien los ojos para ver si encontraba a Paco atrapado por algún remanso. Después de dos minutos de nado en la corriente pensé que ya había bajado lo suficiente. Paco habría ya llegado con la corriente a alguna parte. Tenía que ser así.
Me arrimé a un tronco de la costa de enfrente, ya que la corriente me había tirado mas cerca de ese lado, y empecé a volver caminando por esa orilla río arriba hacia donde había quedado David. Caminé como diez minutos entre la maleza que casi no me dejaba avanzar. De ese lado todo era más difícil, ya que estaba el enemigo agazapado. En cada hueco de vegetación miraba hacia el río turbulento con la esperanza de ver a mi General abrazado a alguna rama. Pero la esperanza se iba diluyendo a cada paso que avanzaba sobre territorio enemigo.
Cuando llegué frene a la casa Gomhorn, me paré sobre un árbol caído y lo vi a David todo mojado sobre la otra orilla. Con los pies todavía en el agua, me gritó con desesperación para saber sobre Paco. Con un gesto lo supo todo. La misión estaba a su cargo y yo la había ya cumplido.
A Paco no volvimos a verlo.
Gervasio Goris es un escritor y musico argentino. Estudio Economia y Ciencia Politica en la Universidad de Buenos Aires y
tras graduarse en 1999 se dedico a escribir musica. En el 2003 tomo su velero y decidio subir navegando hasta Miami donde vive el resto de su familia. Hoy se dedica a escribir cuentos y novela sin abandonar jamas su pasion por las canciones....more
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