La cantidad de historias perdidas. Las hojas que en algún lado ocultan una versión de los hechos. Por ejemplo Berta. Por ejemplo el General o el vendedor ambulante, José Antonio Ferrari.
La ira y a veces el desorden, que siempre vuelven, han contribuido al olvido de tantos personajes. De los mas queridos, de los simplemente irrelevantes, de esos que pudieran haber sido imprescindibles. Todos en un tacho que ni los recuerdos podrán salvar.
El papel lo aguanta todo, menos la pérdida. Por eso en el camino de regreso, en el punto que se encuentra justo en medio de el banco de objetos inútiles y la sala de adminículos perdidos, he hallado este relato. La historia de un barrio cualquiera, dos amigos cualquiera, un verano.
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Lucas tiene ya sus treinta años pero se acuerda siempre de ese verano. Julián tenía doce y el apenas había cumplido los once. Recordaba como Julián ya estaba cambiando la voz y hasta tenía pelos en las bolas.
Ese verano anduvieron para todos lados juntos: al cine, a tirar piedras desde el puente, a simular que debutaban a Saavedra, al cine porno. Un gran verano. Hasta febrero, un gran verano.
El hermano de Julián era policía y siempre que volvía a la casa les dejaba tocar su pistola reglamentaria, que en aquella época era una Beretta 9mm. Durante las tardes planeaban asaltos, tomas de comisarías o prostíbulos, como una forma de la rebelión contra el hermano mayor. Se les había ocurrido que sería bien original tomar un prostíbulo y violar (si es que esto fuera posible acaso) a cada una de las trabajadoras a punta de pistola. Ya habían decidido que Julián apuntaría primero y cogería después.
Cada tarde los detalles se ultimaban y era casi siempre Julián el que aportaba nuevos retoques al minucioso plan que habían elaborado con Lucas. Unos primos le habían contado a Julián de un puterío en Palermo donde habían mas de treinta chicas y cobraban solo siete pesos un pete. Julián y Lucas acordaron que ese sería el local a tomar. La cuestión era como hacer para robarle al hermano de Julián la Beretta.
Cada vez que Julián mencionaba la 9mm. Lucas se ponía un poco incómodo, pero intentaba no demostrarlo para no quedar como un cagón con su amigo. Lucas aún conserva la imagen vívida. Julián entrando al cuarto de su hermano y sacando la Beretta de un cajón de la cómoda. El hermano la había dejado allí para ir a ver a una novia en Escobar. Era la oportunidad para llevar a cabo el plan en el que venían trabajando durante varios días. Ya con la pistola en la cintura, Julián le dijo:
—Vamos pibe. Hoy es el día que vas a debutar.
Lucas casi no podía disimular como le temblaban las piernas mientras esperaban el 29. Su amigo Julián, en cambio, se mostraba con una gran confianza sabiendo que al fin había llegado ese día tan esperado por ambos. Al bajar del colectivo caminaron por Serrano hasta llegar a la casona que le habían indicado los primos. Julián toco el timbre mientras le guiñaba el ojo a su amigo que casi no podía moverse de los nervios.
Les abrió un hombre en camiseta y sin preguntarles nada los hizo pasar. La penumbra lo calmó un poco a Lucas y al ver las primeras chicas se envalentonó. Tal vez si iban a concretar el plan. Tal vez si iba a debutar al fin. Lo que paso a continuación aun esta borroso en su memoria.
Julián sacó unos papeles con su mano izquierda. Antes de que el hombre de la camiseta llegara hasta ellos, Lucas le sacó la pistola de la cintura a Julián. Vio al hombre enfurecido y el salto de Julián en el momento en que el dedo con los nervios apretaba el gatillo de la Beretta. El pecho de Julián con el agujero de 9mm en medio y los catorce pesos que caían al suelo para absorber parte de la sangre. La pistola de la policía rodando por el suelo y sus pies corriendo hasta la avenida por donde pasaba el 29 que lo llevaría de vuelta hasta su casa.